14 de octubre de 2025

Leyenda Urbana: «La cueva del río»- por Belkis Cima

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 La escritora Belkis Cima hoy nos  un llamado a recordar y a no olvidar, a mirar con honestidad los episodios oscuros del pasado para evitar que se repitan, y a reconocer que, en el fondo, todos compartimos esa historia común que nos invita a sanar las heridas y a buscar la verdad. L.A.

Se cuenta que en las inmediaciones del Arroyo Seco y el Arroyo Pavón, sobre la costa del Paraná, en las entrañas de las barrancas se encuentra la cueva, un lugar oculto y poco conocido por los del lugar.

Se comenta que durante la época nefasta de nuestro país, allá en 1978, el año del mundial,  detrás de esa alegría muchas familias lloraban la ausencia de sus hijos y amigos.

Se dice que esa gente antes de ser ausentes padecieron hechos siniestros por mandatos de un grupo de humanos que habían perdido la sensibilidad y el respeto por la dignidad.

Los lugares de tortura eran disfrazados y se  disimulaban con fachadas improvisadas que a muchos les llamaban la atención pero nadie se atrevía a desafiar ni a investigar. Todos callaban, mucho se ocultaba y del tema, claramente, nadie hablaba.

Aquí en nuestro pueblo pudimos darnos cuenta que los otros, también somos nosotros.

Si bien era la famosa zona papera, sojera, la de la tierra más fértil, en ese tiempo se engrosó la fama por el lado del horror.

Vecinos de los campos ribereños que despertaban al rayar el alba sobre el Paraná, comenzaron a vivir sobresaltados por verdades que era mejor callar.

Virtudes de pueblo chico nada se calla por mucho tiempo y los comentarios viajan a la velocidad de la luz y así fue como en el bar de don Palermo un parroquiano, pasado de copas se decidió hablar entre sollozos de susto y emoción, esa que si se guarda mucho tiempo hace mal al corazón.

Los naipes cayeron por el piso mientras la humareda de los cigarros se espesaba cada vez más, el cura del pueblo que acostumbraba a tomar una grapa y con ellos conversar, esa tarde apesadumbrado, bajó su mirada transparente y  en silencio de confesión se fue.

El parroquiano no se percató que el murmullo enmudeció y solo se escuchó su voz relatando lo que su padre le contó:

-El pobre viejo lo vio y el miedo lo sujetó de pies y manos, amarrado lo contuvo en el fondo  la cuneta enlodada. Sus ojos hicieron foco en el Falcon verde que frenó de golpe, justo ahí, frente a la tranquera de la estancia. Un hombre alto, bien vestido y con gafas negras, inútiles en una tarde gris con llovizna intermitente, como dueño del lugar abrió y el Falcon ingresó hasta perderse por el sendero de altos y añosos árboles que cubrieron al misterioso auto y sus ocupantes. Espantado por la situación, imaginaba quienes eran y qué podía suceder con aquellos condenados que seguramente estaban destinados a padecer los peores tratos humanos, cercanos al salvajismo e inhumanidad. Se quedó como piedra, duro y escondido, las horas fueron siglos y el calvario tan cercano.

No pudo explicarse bien, si lo imaginó o si en verdad los gemidos que se escurrían de los gritos, insultos y plegarias inundaron la barranca y el Paraná se solidarizó tiñendo sus aguas de rojizo o fue el mismo atardecer que en él se ahogó.

También dijo que el manto negro cubrió los campos y ya nada quedó visible. El motor del Falcon verde se hizo sentir por el camino. Las luces traseras se opacaron y desaparecieron, fue en ese instante que el viejo asomó su cabeza y salió del escondite.

De aquellas almas sufrientes nadie dijo ni preguntó nada, tal como la cigarra, pasaron tiempo bajo la tierra, porque ahí en la cueva del río muchas quedaron olvidadas y en tardes grises y lluviosas de invierno, como en 1.978, vuelven a gemir pidiendo justicia para poder descansar en paz y que el horror no vuelva nunca más.